jueves, 12 de abril de 2018

RELACIÓN ENTRE CIENCIA, TECNOLOGÍA Y ÉTICA.


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La construcción de un modelo alternativo de producción, transmisión y aplicación del conocimiento necesita de la participación colectiva para definir que nuevos valores éticos guiarán la acción
Observando la función ideológica de los dualismos, como por ejemplo natural-artificial y también leyes-reglas, que refuerzan la ilusión de independencia de un conocimiento científico puramente teórico que luego se relaciona con la materialidad de las prácticas, a través de esa suerte de “bajada controlada” que es la “aplicación”. De este modo se sostienen convicciones o “creencias” profundamente arraigadas en el paradigma epistemológico moderno.
Recordemos que el paradigma moderno define a la ciencia como un tipo particular y privilegiado de conocimiento que se destaca por su verdad universal y objetiva, garantizada por una metodología rigurosa que se articula sobre la base de razonamientos lógicos y de confrontación empírica. A esta identificación de la ciencia con el conocimiento, se sigue la afirmación de un modelo lineal de investigación, que comienza por la ciencia básica o “pura” para continuar de modo unidireccional con la ciencia aplicada, la tecnología, la industria, para impactar finalmente en la sociedad. En este modelo, la posibilidad de una revisión ética se reconoce sólo a partir de la instancia de implementación tecnológica, colocando al margen de la consideración ético-política aspectos tan importantes como la elección de los temas a investigar, la metodología utilizada y los diseños experimentales, entre otros.
Por este motivo, para establecer una vinculación fuerte entre ciencia, tecnología y ética, es necesario –en primer lugar– revisar la tradición epistemológica que se construye sobre los supuestos señalados. Es necesario entonces que nos ubiquemos en otro horizonte para desplegar nuestra crítica, por ejemplo el horizonte que abre la “posciencia” a la epistemología. O quizá debamos decir “posepistemología”, en tanto ha sido la epistemología clásica la encargada de sistematizar, sostener y aun sacralizar el modo de producción de conocimiento de la ciencia moderna.
Derribadas ya las dicotomías cientificistas advertimos que tanto el dato científico como el artefacto tecnológico no son nunca “reales” en el sentido de “naturales” o existentes previamente a nuestra intervención.
 El concepto de lo “real” deja de hacer referencia a algo “dado” a la experiencia, que antecede la práctica cognitiva, para convertirse en el resultado de una serie de procedimientos social e institucionalmente reglamentados.

Todas las prácticas suponen reglas y si la ciencia es práctica también las supone. Autores de la talla del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein, ya en las primeras décadas del siglo XX, asimilaron las leyes de la ciencia –concretamente de la mecánica– a reglas que nos indican cómo tenemos que construir las proposiciones que usamos para describir eso que en cada caso llamamos “realidad”. Si las leyes científicas no son ya proposiciones universales que encierran una conjunción infinita de casos particulares, sino reglas que nos indican cómo proceder a la hora de describir lo “real”, entonces la distinción entre leyes y reglas también queda sin efecto.
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Y no son entonces los predicados “verdadero” y “falso” los que convienen a las reglas. A la hora de evaluarlas emergen otros, más relacionados con la racionalidad deliberativa de la ética y la política que con la racionalidad demostrativa de la ciencia en su versión tradicional. “Bueno”, “justo”, “conveniente” o “pertinente” son algunas de las calificaciones que admiten las reglas, insertas ahora en el núcleo mismo de las teorías científicas, ocupando el lugar de las antes llamadas “leyes”, de modo tal que la teoría misma deviene práctica-teórica.
Tecnociencia es el nombre que se usa para resaltar el carácter práctico del conocimiento, que emerge con especial contundencia en el campo de la medicina y la biología y que reclama una ampliación del modelo epistemológico vigente. Se trata de una ampliación que incluya a la ética y a la política como capítulos centrales, porque el conocimiento es práctico y las leyes científicas son reglas para la acción.
La palabra “ética”, por su parte, requiere también de un análisis que la aleje de estereotipos deontologizantes. Porque un modo eficaz de limitar la ética a la regulación de las innovaciones tecnológicas, pero sin revisión alguna de los supuestos cientificistas de la epistemología clásica, se advierte en la proliferación de “Declaraciones de Principios” o “Códigos de Ética” tales como la “Declaración de Helsinki” (con su última revisión de octubre de 2008) que establecen los deberes y derechos mínimos para desplegar la investigación biomédica.
Derribadas ya las dicotomías cientificistas advertimos que tanto el dato científico como el artefacto tecnológico no son nunca “reales” en el sentido de “naturales” o existentes previamente a nuestra intervención. El concepto de lo “real” deja de hacer referencia a algo “dado” a la experiencia, que antecede la práctica cognitiva, para convertirse en el resultado de una serie de procedimientos social e institucionalmente reglamentados.

Todas las prácticas suponen reglas y si la ciencia es práctica también las supone. Autores de la talla del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein, ya en las primeras décadas del siglo XX, asimilaron las leyes de la ciencia –concretamente de la mecánica– a reglas que nos indican cómo tenemos que construir las proposiciones que usamos para describir eso que en cada caso llamamos “realidad”. Si las leyes científicas no son ya proposiciones universales que encierran una conjunción infinita de casos particulares, sino reglas que nos indican cómo proceder a la hora de describir lo “real”, entonces la distinción entre leyes y reglas también queda sin efecto.

Y no son entonces los predicados “verdadero” y “falso” los que convienen a las reglas. A la hora de evaluarlas emergen otros, más relacionados con la racionalidad deliberativa de la ética y la política que con la racionalidad demostrativa de la ciencia en su versión tradicional. “Bueno”, “justo”, “conveniente” o “pertinente” son algunas de las calificaciones que admiten las reglas, insertas ahora en el núcleo mismo de las teorías científicas, ocupando el lugar de las antes llamadas “leyes”, de modo tal que la teoría misma deviene práctica-teórica.

Tecnociencia es el nombre que se usa para resaltar el carácter práctico del conocimiento, que emerge con especial contundencia en el campo de la medicina y la biología y que reclama una ampliación del modelo epistemológico vigente. Se trata de una ampliación que incluya a la ética y a la política como capítulos centrales, porque el conocimiento es práctico y las leyes científicas son reglas para la acción.Resultado de imagen para tecnologia




Silvia Rivera. (2014). Ciencia, Tecnología y ética. 2018, de Voces en el fénix Sitio web: http://www.vocesenelfenix.com/content/ciencia-tecnolog%C3%AD-y-%C3%A9tica

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