La construcción de un modelo alternativo de producción,
transmisión y aplicación del conocimiento necesita de la participación
colectiva para definir que nuevos valores éticos guiarán la acción
Observando
la función ideológica de los dualismos, como por ejemplo natural-artificial y
también leyes-reglas, que refuerzan la ilusión de independencia de un
conocimiento científico puramente teórico que luego se relaciona con la
materialidad de las prácticas, a través de esa suerte de “bajada controlada”
que es la “aplicación”. De este modo se sostienen convicciones o “creencias”
profundamente arraigadas en el paradigma epistemológico moderno.
Recordemos que el paradigma moderno
define a la ciencia como un tipo particular y privilegiado de conocimiento que
se destaca por su verdad universal y objetiva, garantizada por una metodología
rigurosa que se articula sobre la base de razonamientos lógicos y de
confrontación empírica. A esta identificación de la ciencia con el
conocimiento, se sigue la afirmación de un modelo lineal de investigación, que
comienza por la ciencia básica o “pura” para continuar de modo unidireccional
con la ciencia aplicada, la tecnología, la industria, para impactar finalmente
en la sociedad. En este modelo, la posibilidad de una revisión ética se
reconoce sólo a partir de la instancia de implementación tecnológica, colocando
al margen de la consideración ético-política aspectos tan importantes como la
elección de los temas a investigar, la metodología utilizada y los diseños
experimentales, entre otros.
Por este motivo, para establecer una
vinculación fuerte entre ciencia, tecnología y ética, es necesario –en primer
lugar– revisar la tradición epistemológica que se construye sobre los supuestos
señalados. Es necesario entonces que nos ubiquemos en otro horizonte para
desplegar nuestra crítica, por ejemplo el horizonte que abre la “posciencia” a
la epistemología. O quizá debamos decir “posepistemología”, en tanto ha sido la
epistemología clásica la encargada de sistematizar, sostener y aun sacralizar
el modo de producción de conocimiento de la ciencia moderna.
Derribadas
ya las dicotomías cientificistas advertimos que tanto el dato científico como
el artefacto tecnológico no son nunca “reales” en el sentido de “naturales” o
existentes previamente a nuestra intervención.
El concepto de lo “real” deja de
hacer referencia a algo “dado” a la experiencia, que antecede la práctica
cognitiva, para convertirse en el resultado de una serie de procedimientos
social e institucionalmente reglamentados.
Todas
las prácticas suponen reglas y si la ciencia es práctica también las supone.
Autores de la talla del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein, ya en las
primeras décadas del siglo XX, asimilaron las leyes de la ciencia
–concretamente de la mecánica– a reglas que nos indican cómo tenemos que
construir las proposiciones que usamos para describir eso que en cada caso
llamamos “realidad”. Si las leyes científicas no son ya proposiciones
universales que encierran una conjunción infinita de casos particulares, sino
reglas que nos indican cómo proceder a la hora de describir lo “real”, entonces
la distinción entre leyes y reglas también queda sin efecto.
Y
no son entonces los predicados “verdadero” y “falso” los que convienen a las
reglas. A la hora de evaluarlas emergen otros, más relacionados con la
racionalidad deliberativa de la ética y la política que con la racionalidad
demostrativa de la ciencia en su versión tradicional. “Bueno”, “justo”, “conveniente”
o “pertinente” son algunas de las calificaciones que admiten las reglas,
insertas ahora en el núcleo mismo de las teorías científicas, ocupando el lugar
de las antes llamadas “leyes”, de modo tal que la teoría misma deviene
práctica-teórica.
Tecnociencia
es el nombre que se usa para resaltar el carácter práctico del conocimiento,
que emerge con especial contundencia en el campo de la medicina y la biología y
que reclama una ampliación del modelo epistemológico vigente. Se trata de una
ampliación que incluya a la ética y a la política como capítulos centrales,
porque el conocimiento es práctico y las leyes científicas son reglas para la
acción.
La
palabra “ética”, por su parte, requiere también de un análisis que la aleje de
estereotipos deontologizantes. Porque un modo eficaz de limitar la ética a la
regulación de las innovaciones tecnológicas, pero sin revisión alguna de los
supuestos cientificistas de la epistemología clásica, se advierte en la
proliferación de “Declaraciones de Principios” o “Códigos de Ética” tales como
la “Declaración de Helsinki” (con su última revisión de octubre de 2008) que
establecen los deberes y derechos mínimos para desplegar la investigación
biomédica.
Derribadas
ya las dicotomías cientificistas advertimos que tanto el dato científico como
el artefacto tecnológico no son nunca “reales” en el sentido de “naturales” o
existentes previamente a nuestra intervención. El concepto de lo “real” deja de
hacer referencia a algo “dado” a la experiencia, que antecede la práctica
cognitiva, para convertirse en el resultado de una serie de procedimientos
social e institucionalmente reglamentados.
Todas
las prácticas suponen reglas y si la ciencia es práctica también las supone.
Autores de la talla del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein, ya en las
primeras décadas del siglo XX, asimilaron las leyes de la ciencia
–concretamente de la mecánica– a reglas que nos indican cómo tenemos que
construir las proposiciones que usamos para describir eso que en cada caso
llamamos “realidad”. Si las leyes científicas no son ya proposiciones
universales que encierran una conjunción infinita de casos particulares, sino
reglas que nos indican cómo proceder a la hora de describir lo “real”, entonces
la distinción entre leyes y reglas también queda sin efecto.
Y
no son entonces los predicados “verdadero” y “falso” los que convienen a las
reglas. A la hora de evaluarlas emergen otros, más relacionados con la
racionalidad deliberativa de la ética y la política que con la racionalidad
demostrativa de la ciencia en su versión tradicional. “Bueno”, “justo”,
“conveniente” o “pertinente” son algunas de las calificaciones que admiten las
reglas, insertas ahora en el núcleo mismo de las teorías científicas, ocupando
el lugar de las antes llamadas “leyes”, de modo tal que la teoría misma deviene
práctica-teórica.
Tecnociencia
es el nombre que se usa para resaltar el carácter práctico del conocimiento,
que emerge con especial contundencia en el campo de la medicina y la biología y
que reclama una ampliación del modelo epistemológico vigente. Se trata de una
ampliación que incluya a la ética y a la política como capítulos centrales,
porque el conocimiento es práctico y las leyes científicas son reglas para la
acción.
Silvia Rivera. (2014). Ciencia, Tecnología y ética. 2018, de Voces en el fénix Sitio web: http://www.vocesenelfenix.com/content/ciencia-tecnolog%C3%AD-y-%C3%A9tica
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